La extraordinaria inversión de tiempo y esfuerzo humano que requirió la edificación de Stonehenge (localidad situada en la planicie de Salisbury, condado de Wiltshire -a unos 130 km al oeste de Londres-), y la interpretación más aceptada actualmente es la de que fue un centro ritual prehistórico alineado con el movimiento del Sol. Se estima que su construcción se desarrolló a lo largo de unas ochenta generaciones, durante unos 1.600 años. Pero para comprender por qué sucesivas generaciones dedicaron buena parte de sus energías a construir este colosal monumento debemos situarnos en el contexto de la Europa neolítica.
Las primeras comunidades agrícolas dependían por completo del ciclo de las estaciones, cuyo transcurso implicaba períodos de abundancia de alimento, como la primavera y el verano, y otros de carencia, como el otoño y el invierno. Así pues, no es de extrañar que el eje de Stonehenge se alinee con el sol naciente en el solsticio de verano y con la puesta del sol en el solsticio de invierno. El solsticio de verano, que varía entre los días 21 y 24 de junio, es el momento del año en que el Sol está en su cénit, y es, por ello, el día más largo del año, mientras que el solsticio de invierno marca el día más corto del año, alrededor del 21 de diciembre, cuando el Sol está más bajo en el firmamento.
La alineación de Stonehenge con el solsticio de verano permite concluir que se debió levantar para acoger a habitantes del actual Reino Unido (Escocia, y Gales incluido) y otros países de Europa para una actividad ritual o festivales estacionales relacionados con la observación del Sol y posiblemente de la Luna. Es probable que estas ceremonias representasen ideas sobre la fecundidad, la vida, la muerte y el Más Allá. Sin embargo, puesto que su construcción comprendió más de 1.500 años, su significado pudo cambiar con el paso del tiempo.
El descubrimiento en 2008 de más de sesenta restos de cremaciones datados entre 3000 y 2500 a.C. respalda la imagen de Stonehenge como lugar de culto ancestral. En el año 2002, se encontró la tumba de un hombre de la Edad del Bronce: el llamado Arquero de Amesbury, enterrado en el año 2400 a.C. aproximadamente.
Una de sus dagas de cobre procedía de la península Ibérica, y el análisis del esmalte dental indicaba que había crecido en la región de los Alpes. Por otra parte, el descubrimiento, en 2005, del esqueleto de un joven que fue enterrado con un collar de unas 90 cuentas de ámbar en Boscombe Down confirma la idea de Stonehenge como monumento de gran trascendencia, cuya esfera de influencia superaba las islas Británicas. En efecto, el análisis de las cuentas mostró que procedían del mar Báltico, mientras que el estudio del esmalte dental reveló que el esqueleto, datado hacia 1550 a.C., se correspondía con el de una persona procedente de la Europa mediterránea.
Los enterramientos colectivos evidencian una conexión directa entre Stonehenge y otras partes de Europa que se remonta al menos a 2300-2200 a.C. Por tanto, en respuesta a la pregunta de quién construyó Stonehenge, podemos sugerir que fueron personas tanto del Neolítico como de la Edad del Bronce, con vínculos comerciales y posiblemente religiosos con la Europa continental. Y lo edificaron en varias fases, en un reflejo de las transformaciones sociales y religiosas ocurridas a lo largo de 1.600 años. (Extracto de la National Geographic)