CUENTOS CORTOS ON LINE GRATIS !!!: ANDRES

Cuentos cortos on line: “ANDRES”

Arnaldo MARTINEZ (® Copyright todos los derechos reservados) prohibida su copia sin autorización

Promediaba la década de los 80’s, Andrés se desperezaba antes de afrontar un nuevo día. A esta edad -setenta y nueve años recién cumplidos- la palabra más apropiada era afrontar ya que los músculos, articulaciones y huesos podían jugarle a uno una mala pasada.

Era un día típico de neblina y llovizna en el pueblo de 12 habitantes en el que Andrés vivía en el centro de Galicia. Pocos habían sido los habitantes que habían quedado en el pequeño villorio y la mayoría de ellos sobrepasaban los 75 años, siendo los más jóvenes, los orgullosos Manolo y Esteban que contaban con 74 años.

Del que otrora había sido el “Bar” y era la actual casa de Andrés sólo quedaba un cartel oxidado y ruinoso que en letras marrones y sobre un fondo amarillento designaban la finalidad del comercio sito en la actual morada de Andrés.

La monotonía de la rutina diaria era algo que Andrés agradecía.

Atrás había quedado Pepa, su novia de la juventud que había zarpado hacia las Américas en barco casi 60 años atrás junto con su familia perseguida en la época del franquismo.

Andrés nunca había sido del agrado de los padres de Pepa. Su educación católica y su conducta conservadora había sido un obstáculo en la relación y ello había sido el detonante para que el hermano de Pepa le haya hecho ir a buscar el famoso “gazpacho” veinte minutos antes de la partida del buque en el que escapaban –y en el cual Andrés también rumbeaba hacia la América siguiendo a su amor Pepa-, y que hiciera que perdiera el barco quedándose sin su amor, sin la familia que no lo quería y sin conocer “las Américas”.

Quizás el destino así lo había querido. El destino quizás había decidido que nunca abandonara la Península y que se quedara soltero hasta el día de hoy. Enfrasacado estaba en estos pensamientos cuando una voz aflautada lo sobresaltó y lo hizo volver a la realidad.

Holas!”- dijo la voz con un tono más agudo que el de cualquier hombre que hubiera escuchado jamás.

Venimos de Madrid, estábamos recorriendo su pueblecillo; que tiene para tomar?- Preguntó la voz aflautada.

Los acompañantes de la voz cantante parecían tan estrafalarios en su vestimenta como el que hablaba. A Andrés le costaba hacerse la idea que sus interlocutores pertenecían al género masculino.

El bar está cerrado”- contestó de mal talante.

Hombre, vamos que hemos hecho un largo viaje. Algo debe tener para ofrecernos”.-

La frustración acumulada durante años en una persona puede filtrarse en cualquier momento, sobretodo cuando una grieta que aparece deja abierta la ocasión para que esa presión pueda salir por allí. Esto hizo a Andrés pergeñar un plan que involucraba a los recién llegados.

Tengo gazpacho”- contestó lacónicamente.

Que bien! Gazpacho gallego! Venga entonces! Gazpacho para todos”- dijo el joven afeminado.

Andrés fue al fondo de su casa, y buscó los tomates que habían alcanzado un estado de podredumbre fenomenal pero que debido a su falta de olfato le era totalmente indiferente, y que se encontraban en el piso de su sucia cocina junto a la basura. Agarró otra cebolla maloliente que había quedado de la última vez que había ido al mercado en el pueblo que se encontraba a 15 kilómetros de allí, unos pepinos también en mal estado y comenzó el escatológico preparado.

Los parroquianos comenzaron a beber el brebaje al que el dueño del establecimiento había denominado “gazpacho”. Al principio como sedientos beduinos que recién llegan de una larga travesía por el desierto. Pero al poco tiempo con más lentitud y mirándose unos a otros  como si lo que hubieran estado ingiriendo no era lo que habitualmente se conoce como gazpacho. El próximo estadio en la ingesta dio lugar a gestos de desagrado, pero que atento a la presencia del dueño se transformó en muecas de asombro y casi incredulidad.

Uno de los parroquianos comentó: “Pero venga hombre, que gusto extraño tiene este gazpacho!”-. No terminó de decir esto que de sus compañeros habló por primera vez y exclamó: “Necesito un retrete!”. El que se encontraba a su lado comenzó a tomarse el vientre mientras se doblaba hacia delante y gritaba “Me muero!”.  El que había comenzado la conversación y había pedido el gazpacho también daba muestras de haber sido afectado por la pócima y sólo llegó a decir “Pero tío estas loco, que es esto que nos has dado…?”.

Andrés no pudo contener más la risa y soltó entre rabioso y alegre (por primera vez en casi 60 años): “Joder maricones, a ver si aprenden para qué sirve el culo!”.

Esa noche le fue difícil conciliar el sueño a Andrés. Había un bullicio extraño en la calle, cosa que jamás había ocurrido. Salvo cuando fallecía alguno de los habitantes del pequeño villorio. Vio luces y una especie de jarana que distaba mucho de ser lo que hubiera sido un velorio. “Que será todo este batifondo?” – pensó. Se calzó las pantuflas y con el gorro de pompón puesto salió a la calle. Mayúscula fue su sorpresa al encontrar a más invertidos en la vía pública alternando con los pobladores como viejos amigos. Así, vio a Manolete, “el joven” que se dirigía a su casa con algo en los bolsillos e intentó acercársele sin ser advertido por los forasteros. “Oye, ey Manolo!”. La sordera del “joven” impidió que el contacto fuera instantáneo. Sin embargo, al parapetársele enfrente, Manolo enseguida reconoció a su vecino. “Manolo, que traes? Que pasa que haces hablando con esa cofradía de invertidos?” –  dijo Andrés.

Andrés, Andrés, esos tíos me han dado cinco mil euros!” – dijo Manolo.

Pero porqué Manolo? Que te han pedido?”-

Nada Andrés, me han pedido permiso para pintar el frente de mi casa de  color rosado”- dijo Manolo.

Y por eso sólo te ha dado cinco mil euros???” – preguntó sorprendido Andrés.

Es que dicen que van a transformar nuestro pueblo en una aldea de humusexuales o algo así me han dicho…”- contestó Manolo.

Quéee?”- preguntó sorprendido Andrés.

Cerca de allí, Andrés vio a Rosendo, un octogenario que también andaba con un cheque en la mano. “Psst! Psst! Rosendo, aquí!. Ven!

Rosendo, con su andar cansino, se dirigió hacia Andrés a quien notaba afiebrado. “Andrés, pero, estas bien? Parece que hubieras visto a Lucifer hombre…!” – dijo Rosendo.

A ti también te han ofrecido dinero esos maricas?”- preguntó indignado Andrés.

Ah, eso!” – dijo Rosendo. “Si, hombre cinco mil euros, ni más ni menos.”

Pero que van a transformar nuestro pueblo en un pueblo de homosexuales??” gritó Andrés.

Es que así me ha dicho el muchacho. Ah, estos jóvenes de ahora, sí que son modernos, raros o como se llame….!” – Exclamó Rosendo.

Pero tu aceptas que nuestro pueblo se transforme en lo que quieren estos maricas???” – preguntó indignado Andrés.

Es que cinco mil euros no está nada mal hombre: Acaso tu los tienes? Y por sólo pintar mi casa de rosado, no le veo lo malo Andrés…” – dijo tranquilo Rosendo.

Pero nos van a llamar homosexuales, tío!” seguía con su excitación Andrés. “Yo a esta altura de mi vida no puedo permitir eso. Si a ti no te va un coño, pues a mi si, y se las voy a hacer difícil, joder, como que me llamo Andrés!” –  prosiguió con su oda Andrés.

Dejando ya a Rosendo logró a acercarse a algunos de los jóvenes que estaban conversando para intentar golpearlos o hacer algo por su dignidad. Acercándose lentamente pudo escuchar algo que suspendió momentáneamente su frenesí golpeador.

Pasado mañana vendrán los medios. Esto va estar que explota, tío” – decía uno de los tiernos jóvenes. “Será el Gay Parade más grande de toda España.

La mayor fiesta de maricas de la Península, sí!” – asintió el otro.

Así que eso estaban tramando…”, pensó Andrés. La mayor fiesta de invertidos y, precisamente, en su pueblo. Su cerebro comenzó a funcionar vertiginosamente. Tendría el día de mañana para ir al pueblo y comprar algunas de las cosas que necesitaba. Si algo le había quedado de su único noviazgo, eran las bombas caseras que armaba quien hubiera sido su cuñado cuando era un rojo y se escondía en los bosques preparando los ataques contra el ejército franquista.

Todos los medios de España, habían llegado al pueblo de Andrés. Nunca se había visto tanto trajín ni alboroto en trescientos kilómetros a la redonda. Pero no sólo todo era bullicio, sino que un arco iris de colores animaban el típico verde y gris de la Geografía Gallega.

Los jóvenes habían tenido razón. Cientos de gays de todas las comunidades españolas habían concurrido a aquel ignoto pueblo de Galicia para el mayor “Gay Parade” en la historia del Norte de España.

La noticia era como caviar con Pommery para un bon vivant. Era un notición un evento periodístico desde todo punto de vista. El primer pueblo gay en el Norte de España. La Tve, diarios como El País, ABC, radios, todos estaban ahí.

Andrés ya había preparado su artefacto explosivo. La carroza que habían armado los jóvenes iba a volar en mil pedazos. Había colocado una mecha lo suficientemente larga para no salir herido cuando fuera la explosión.

Entre tanto ajetreo y gente alocada la prendió y así en su mente se dijo “adiós pueblo de invertidos…”.

Travestis y transexuales, habían llegado de todos los puntos de España apoyando la iniciativa y esto mareó a Andrés quien no estaba acostumbrado a este tipo de personajes.

Empezaba a disfrutar el momento. La voladura de estos afeminados iba a ser televisada en cadena nacional. Si de algo iba a servir esto, era para que ningún otro sujeto con ideas raras los vuelva a molestar.

Aprenderían la lección.

Volviendo a focalizarse en su debut como terrorista y poniendo toda su energía en su primer atentado, encendió la mecha. Ya no había vuelta atrás.

El joven que había sufrido la descompostura en el bar de Andrés, estaba hablando a los medios, explicando la algarabía del momento. El logro que resultaba para ellos tener un pueblo gay, las cifras que había invertido el consorcio inmobiliario. La futura construcción de quinientas casas pintadas de rosa para todos los gays de la Nación que quisieran vivir libres de discriminación.

Uno de los periodistas preguntó que quien era el Alcalde del pueblo. El joven mirando hacia la carroza reconoció al viejo que les había preparado el gazpacho envenenado. Ahí nomás espetó. “El, El es nuestro Alcalde!”. Los otros jóvenes que habían también sido víctimas del gazpacho putrefacto de Andrés enseguida también reconocieron al viejo, y se unieron a coro al unísono. “El es nuestro Alcalde! Viva el Alcalde!”.

Sin darle tiempo a reaccionar levantaron a Andrés en andas quien se vio sorprendido y en una fracción de segundo ya estaba en el aire sin ningún poder de reacción.

Los medios filmaban a Andrés quien no podía disfrutar de su fama, al ser arrojado por los aires al grito de “Viva nuestro Alcalde”. Cuando pudo reaccionar, sólo intentó dar unas patadas y gritar: “Nooooooo..!”.

Suban al Alcalde a la carroza” sugirió otro. “A la carroza!!!”, siguió al coro de voces. Andrés, no se podía zafar, decenas de manos manipulaban su humanidad y lo colocaban en la carroza explosiva.

El estruendo se oyó varios kilómetros a la redonda. La carroza voló por los aires. La muchedumbre de jovencitos gays, travestis, y transexuales también corrió la misma suerte. Si inicialmente el gay parade había sido un notición para los medios, la voladura de la carroza y la cantidad de heridos había magnificado en grado exponencial el valor de la noticia.

El País se animó a titular: “La derecha intolerante provoca atentado en desfile gay”. Un periódico amarillista de Oviedo publicó la foto de Andrés en andas en su portada y tituló a la misma: “Mariposas realizan su primer vuelo pero se olvidan de las alas”. Un grupo desconocido etarra se autoadjudicó la voladura pero enseguida fue desmentido por la cúpula de la organización.

Andrés sobrevivió con magulladuras y quemaduras en todo el cuerpo.  Los jóvenes que lo habían nombrado “Alcalde” estaban internados en la misma habitación. Seis camas con seis personas con diversas quemaduras, contusiones, alguno con una fractura. Lejos quedaban los colores, el rimel, las sombras, las pestañas postizas. Uno de los jóvenes le dijo a Andrés: “Tu la has ligado sin comerla ni beberla. La derecha en este país es terrible”.

Tres meses después Andrés golpeó la puerta de la casa de su prima a quien no veía desde hace casi veinte años.

Ella vivía en un pueblito similar al de Andrés, 30 kms al oeste de donde él vivía. Un apacible pueblito con no más de 20 habitantes.

Ella, sorprendida como estaba de verlo no pudo contener el bombardeo de preguntas: “Vaya, me visita un Alcalde ¿Cómo te encuentras Andrés? Qué te han hecho esos malditos franquistas? No sabia que te dedicabas a esos menesteres?” Luego de contestadas algunas preguntas pero sin dar mayores detalles Andrés explicó que había vendido su casa a los jóvenes y que ahora necesitaba una casa para recuperar el tiempo perdido de no ver a su prima. Esto contentó a la prima quien sin hacer mayores preguntas le dijo que podía quedarse allí esa noche y que al día siguiente comenzarían con la búsqueda.

La charla por la noche con su prima lo sorprendió. Ella le dijo que estaba cansada de vivir sola y que le vendería la casa a Andrés así podría viajar a Tarragona, donde vivía su hijo y así ver a su nieto.

A Andrés le pareció buena idea, tanto que decidieron concurrir al día siguiente a la Notaría y formalizar el acuerdo.

La casa le sentaba bien a Andrés. Las dos habitaciones estaban bien pintadas y mantenidas a diferencia de su anterior casa.

Andrés, se despertó con las primeras luces del día. Extrañaba su vieja cama.

De repente, sucedió lo inesperado. Una voz conocida. Un tumulto de mujeres en la calle, nuevamente los medios.

Logró asomar la nariz entre las cortinas y una periodista le golpeó la ventana. Salió a ver que sucedía. La pregunta lo dejó helado “qué pensaba de vivir en lo que sería el primer pueblo lésbico de España”….

Depto. a estrenar Belgrano U$S 77.000 !!!

Cuento on line: MARTINI CON VODKA ©

                    MARTINI CON VODKA ©

 Arnaldo MARTINEZ es abogado (UBA, 1997) y Procurador (CSJN año 1995) y MBA (Máster en Administración y Dirección de Empresas, Univ. Isabel I de Burgos, España).

                                                                I

El Martini con vodka tenía un gusto distinto o era que el lugar lo hacía distinto….?

Si, era eso. El glamour del lugar. El bar del Marriot Plaza Hotel tenía la capacidad de generarle esta clase de sensaciones.

Había pedido este trago porque recordaba que lo pedía James Bond en sus películas. En este momento se sentía como el agente de la corona inglesa (o al menos le habían pasado algunas cosas similares).

Su novia, Sofía, 20 años menor -y muy bonita ella- ya no estaba. Estaba muerta- Eso nunca se los perdonaría. A él podrían haberle hecho cualquier cosa, pero… porqué se metieron con ella? Porque quitarle la vida a un ser tan joven y lleno de vida? Irracionalidad total. Aunque…él había generado eso. Ella había muerto por culpa de él.

Siguió tomando para evitar pensar, ahora, en esta nueva carga que aparecía en su vida.

Hubo algo en el hombre que pasaba delante suyo a unos metros de la barra que no le gustó. ¿Porqué esa mirada, que al encontrar contacto visual, se desviaba y simulaba aparentar indiferencia?

Demasiadas preguntas. Comenzaba a estar harto de la situación. Tanta paranoia. Estaba seguro en el bar- se dijo. No se animarían a hacerle nada allí.

Todo fue de repente. Una fracción de segundo. Eso fue lo que tardó la mano del extraño de la mirada esquiva en hurgar bajo el diario y sacar una pistola calibre 45 y apuntar.

Aún dominaba sus reflejos y fue lo suficientemente rápido como para arrojarse del otro lado de la barra, sin soltar el vaso y tratando de no derramar el Martini con vodka. La bala impactó en una botella de Jack Daniels destrozándola así como al espejo que se encontraba detrás.  El griterío fue instantáneo así como las comunicaciones entre el personal de seguridad a través de los intercom y la alarma que comenzó a sonar. El tirador intentó apuntar nuevamente al blanco móvil, pero éste ya no estaba a la vista, mientras todo tipo de ruidos atronaban el salón. No teniendo blanco a la vista, comenzó a correr, la paga no incluía fianzas para el caso de terminar en la cárcel.

                                                                       II

Eran las 18 hs. en Porto, Portugal. El bar situado en la punta norte de la Playa de Matosinhos regalaba una hermosa imagen del Crepúsculo en el Atlántico.  En su cabeza comenzaban a desfilar imágenes del pasado. Su padre abogado como él, enseñándole algunos de los trucos de la profesión. Sus primeros trabajos: tomar los trabajos del estudio que nadie quería y derrochar energía en ellos para recibir una magra paga. Los distintos matrimonios, los alimentos que debía pasar por sus tres hijos, dos del primer matrimonio y uno del segundo.  Esta vez, sí. Debía conseguir un poco de paz en esta ciudad. Nadie lo conocía ni hablaba el idioma. Venía de haber recorrido las bodegas de Porto que se encontraban del otro lado del Duero.  El Tawny, cosecha 2009 había comenzado a hacerle olvidar un poco del infierno que venía viviendo todos estos días. El Vintage, cosecha 2001 había terminado por distraerlo del todo.

Aquí, mirando el  mar se entrecruzaban las imágenes del paisaje con un pasado remoto y comenzaban a aparecer imágenes de un pasado más mediato –y no tan remoto- como cuando decidió tomar prestado, sin autorización, el dinero de la firma. La firma de abogados era una de las más grandes y prestigiosas de la Ciudad de Buenos Aires. Trabajaban con toda clase de casos pero, por sobre todas las cosas, con casos de gente con mucho dinero: políticos, deportistas, modelos, constructores…Recordaba, en sus comienzos, cuando tenía que ir a la villa de Barracas a conseguir gente para instalarla en el frente de las casas de la Capital cuyos dueños no se las querían vender a los constructores para demolerlas y hacer edificios que multiplicaban en forma exponencial las ganancias de estos últimos. Si, a pesar de ello, los dueños no querían vender la casa, había que contratar alguno que se animara al robo a mano armada –y si de paso robaba algo, el producido quedaba para el devenido malviviente-. “Técnicas de persuasión”, las llamaban. Terminaban ganando por cansancio. El dueño vendía la casa, incluso, a un precio mucho menor al de mercado.

Recordaba también cuando a las mismas personas de la villa había que quebrarles alguna extremidad en la simulación de algún accidente automovilístico. El Estudio percibía entre un millón y un millón quinientos mil pesos de las aseguradoras mientras que la víctima percibía cinco mil pesos, e incluso esta suma era agradecida en forma casi infinita por el ahora “lesionado”.

Manejaban también los casos de algunos municipios, lo que incluía todo tipo de casos, tanto de dirigentes, punteros, militantes, afiliados e indigentes devenidos militantes o fuerza de choque. El estudio tenía acceso a las cuentas de los municipios y a las cuentas que manejaba la militancia.

Esto era lo que había molestado. Había tomado prestado -sin permiso- la plata de dirigentes, punteros, constructores, de todos, en fin….

Su vida corría peligro.  Las amenazas habían sido ciertas. Su novia, Sofía, veinte años menor que él, había sido asesinada por su culpa. Había mucha gente interesada en su muerte o al menos en la devolución del dinero. La muerte de su novia había sido un mensaje, esperaban que él devolviera el dinero en forma voluntaria. No lo hizo. Ahora lo querían vivo o muerto.

Años en la firma le había enseñado a triangular el dinero. Primero Uruguay, luego Panamá-Caymán. La ruta del dinero. Esta ruta no se debía cruzar con él al menos en un tiempo para así poder disfrutarlo algún día.

Una muerte, una tentativa de asesinato (lo malo es que la víctima casi había sido él), escapar todo el tiempo, dormir despierto, ¿valía la pena todo esto? Por qué lo había hecho? Se había encandilado con lo que siempre quiso, pero que ahora no podía disfrutar.

Le había prometido a Sofía, su novia, unas vacaciones infinitas. Vivir fuera del sistema, un eterno verano. Vivir en el hemisferio norte de abril a septiembre. Vivir en el hemisferio sur de Octubre a Marzo. Playas, montañas, lo que quisiera. El sabía que ella pensaba que estaba loco. Que eran alardes de divorciado necesitado de amor, sobre todo del amor de una mujer mucho más joven.

A diferencia de su padre, él no se quejaba en vano. Vivía para quejarse pero también hacía. Y vaya si hacía. La queja constante estaba siempre a flor de piel. No había nada bueno, todo estaba mal. Si no había justicia en esta Tierra, entonces, él la haría.

Sino para qué vivir? Vio a tantas personas de la villa que no llegaban a ningún lado y siempre permanecerían así. El tenía lo suficiente, más que suficiente. Dos departamentos, uno en Barrio Norte otro en Palermo chico. La casa en el country de Pilar. El Audi S5 Cabriolet. La participación en dos discotecas y un bar de la Costanera Norte, dos familias que (¿a pesar de él?) eran “normales” y casi como cualquier familia.

La rutina lo llevaba a hacer eso. La búsqueda de nuevos desafíos. Toda esa comodidad alcanzada lo aburría. Ya nada costaba esfuerzo alcanzar. Lo que hubiera querido cualquier otro tipo, él ya lo tenía. Y le aburría….

Inconformismo, aburrimiento, y ahora soledad. Y la queja, siempre la queja. No había nada bueno. Cualquiera que lo hubiera escuchado hablar podría pensar que estaba frente a un excluido social con todo tipo de carencias. Resentimiento. Odio a la felicidad.

Nada de esto se notaba, al principio, al conocerlo recién….

Porqué había hecho esto? Ahí estaba la explicación. La necesidad de derribar a quien estuviera encima. Denostar a quien tuviera o pudiera tener poder sobre él, era un deporte que había aprendido desde chico. Sólo importaba ganar. Su carácter le había costado dos matrimonios.

Sofía, lo veía como un modelo a seguir. La había conocido dando clases en la Facultad. Ella había quedado prendada enseguida de su ironía, de su cinismo, de su cuestionamiento al sistema.

El se sentía Sartre, ella lo admiraba como si él lo fuera.

Ahora, Sofía ya no estaba. El personaje, el rock, el dinero, el discurso inconformista comenzaba a pasar al plano del cuestionamiento. Y esto, no le gustaba. Necesitaba un trago. Se acercó a la barra. Necesitaba un champagne. Buscaría un Pommery, tenía la garganta seca.

De repente, una persona le toma el brazo, produciéndole un shock de adrenalina. Instintivamente, y sin mirar, con la mano libre tomó el brazo del presunto agresor y buscó en un milisegundo el arma para desviar a trayectoria de la nueva bala que estaría buscando su cuerpo.

Lo que vio lo sorprendió aún más. No había arma.

Sólo había una persona vestido como sacerdote que sólo atinaba a defenderse y algo le decía en portugués. El no hablaba portugués.

“En español?” – preguntó el cura.

“Si” -. Dijo él.

Quería decirle que se olvidaba esto” – le dijo mientras extendía su mano entregándole un celular que se había olvidado.  El cura le sonrió al ver que había pasado el momento de tensión. Su acento podía ser español, o argentino incluso, quien sabe.

No debemos descuidar las cosas pequeñas”. Le dijo el cura.

No. Gracias” – dijo él.

Se siente bien? Puedo ayudarlo?” – Preguntó el sacerdote.

No. No” – dijo él.

Jesús decía que no podía prometernos la felicidad en esta Tierra”. – le dijo el sacerdote. “Lo noto preocupado”.

El se rindió. No estaba para discutir con nadie. El sacerdote parecía inofensivo. Tendría cerca de ochenta años. “Tantas arrugas como años” – pensó. “¿Por qué huir esta vez?“ Estaba ya cansado de escapar. Además, cuanto hacía que no hablaba con nadie…

Confíenme sus problemas, dejenmelo todo a mi. Pidan y se les dará. Yo me ocuparé de sus problemas, solo pidan con fé, decía Jesús”- Continuó el cura.

No, no creo, no soy cristiano. Le agradezco” – lo interrumpió. “Gracias por el celular”.

Estoy seguro que Usted hubiera hecho lo mismo por mi” – le dijo el sacerdote.

Eh…” – empezó a decir él.

No se preocupe, no lo voy a intentar convertir…”

Si. Si” – sólo atinó a decir él.

Comenzó a relajarse. Una conversación rara, pensó. Un personaje singular. La mirada escrutadora le hizo recordar a su padre. Otra vez recuerdos. No recordaba una charla así con su padre. Deseaba haberla recordado. No podía hacerlo. Una charla sencilla. Al menos una, sin discusiones, sin burlas, odios, rencores.

Tan absorto estaba en sus pensamientos que no vio al hombre con traje que se acercaba a su mesa. Sólo vio el revólver apuntándole. Ya no había tiempo de hacer nada. La bala le dio en el rostro. Cayó al suelo.

                                                       III

 

Intentó moverse. Dolores insoportables. Intentó abrir los ojos, no pudo. Sólo tuvo como respuesta, una voz que le resultó conocida.

Trate de no moverse. No podrá ver. El disparo le hizo perder la visión en forma definitiva y su boca ha quedado deformada. Para hablar necesitará este aparato.” – dijo la voz conocida.

Lo trajimos al Hospital de la Congregación. Aquí será bien tratado por las hermanas que lo ayudarán en su recuperación. La policía está buscando al que le hizo esto. Ya se hizo presente personal del Consulado de su país”. – Continuó el sacerdote.

El se llevó el aparato a lo que quedaba de su boca. Una voz robótica salió del transmisor. “Padre, necesito decirle algo…” – dijo.

                                                IV

El sacerdote de la Parroquia de Caacupé en la Villa 21 de Barracas en Buenos Aires, cumplió todo lo que le solicitaron telefónicamente. Previo a ello verificó que la orden de Portugal existiera y que la identidad del sacerdote que le había hablado, era real.

Esas cosas tenía este trabajo. Podía darte sorpresas en cualquier momento.

Los habitantes de la Villa 21 de Barracas se levantaban para un nuevo día.

El padre, a sus 31 años, se había despertado al alba, abriendo la capilla, confesando a los madrugadores y dando misa luego a las 8 hs.

Eran las 10, debía ir al banco a verificar lo que le había dicho el sacerdote de Portugal. El portugués, que hablaba muy bien español, tan bien que hasta parecía argentino, había hablado de mucho dinero.

Había anotado el nombre de dos familias que le había dicho el portugués y para quien tenía que apartar determinados porcentajes de lo que sería depositado en la cuenta de la capilla.

Marcó su clave frente al cajero y consultó el saldo.

Lo que vio, lo dejó helado. Un sudor frío corrió sobre su espalda

En la cuenta de la Capilla, había casi mil millones de pesos….

FIN.

Arnaldo MARTINEZ. © TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

CUENTO: FANTASMAS EN DUBLIN

FANTASMAS EN DUBLÍN ©

Arnaldo MARTINEZ es abogado (UBA, 1997), Procurador (CSJN año 1995) y MBA (Máster en Administración y Dirección de Empresas, Univ. Isabel I de Burgos, España). Fue asesor legal, procurador y apoderado legal del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (1997-2015).

© Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción

I. CARLOS ALBERTO: Carlos Alberto terminaba de cruzar el río Liffey, dejando atrás el puente O’Connell y empezaba a transitar la avenida del mismo nombre en la parte norte de Dublin. La avenida O’Connell era una de las más transitadas, amplia y ancha de la ciudad; sin embargo no era muy larga.

Mientras caminaba, Carlos Alberto recordaba a su San Juan de Lurigancho en el Perú, uno de los barrios más peligroso de Lima y en el que había forjado  su personalidad. Mucho tiempo había pasado, sobre todo cuando Edgar, ese hombre de Miraflores, le había ofrecido ir a Buenos Aires a buscar una “vida mejor”.

La vida mejor no se vislumbraba en el horizonte. Si bien estaba rodeado de compatriotas, el caserón que había sido usurpado por sus coterráneos en el barrio del Abasto, lejos estaba de ser un hotel, al menos, de una estrella. El baño compartido sin agua corriente, las ratas que rondaban el lugar, el peligro de que la policía intentara desalojarlos, pero lo que había sido peor: sumergirse de lleno en el mundo de las drogas.

Carlos Alberto ya había hecho algunos trabajitos como punguista en Lima, pero nunca había pensado que tendría que dedicarse exclusivamente a ser “limpiabolsillos” para sobrevivir en Buenos Aires.

El subterráneo de Buenos Aires, pero sobre todo la línea B del subte, pasaron a ser su “lugar de trabajo”. Sus “viajes” entre las estaciones Carlos Gardel y Callao eran tan frecuentes casi como la misma frecuencia del subte.

Allí, esperando. Siempre a la espera de algún “descuidado” (algún joven que fuera escuchando música con auriculares) o de alguna persona mayor (los más fáciles de robar). Siempre había algún “premio”, sobre todo en las horas pico cuando el subte se llenaba e incluso los más precavidos cedían en algún momento y dejaban de apretar sus billeteras o carteras.

El modus operandi era siempre el mismo. Cuatro compatriotas y un argentino subían empujando y aprovechando la gran afluencia de gente entre las siete y las diez de la mañana y luego por la tarde entre las diecisiete y las veinte. Allí comenzaba el show de las manos que se deslizaban por cuanto bolsillo, campera, cartera, pantalón pudiera contener algo sustancioso.

Ya se había acostumbrado a esta “vida fácil” en cuanto a que le permitía tener siempre dinero, pero no le gustaba la parte en la que tenía que compartir parte del botín con drogadictos y con el argentino -“propietario” de la casa usurpada y quien tenía los contactos políticos para frenar cualquier desalojo- y sobre todo los golpes de la policía cuando salía a la superficie.

Lo de él era la cerveza. La Pilsen era su compañera todas las noches. La Rica Vicky, el lugar donde la conseguía, El bar que alguna vez le había presentado a Solange, la travesti peruana que lo había encandilado -mientras duraba el efecto de la cerveza y que le hacía odiar su vida cuando desaparecía-.

¿Cómo había venido a parar a Dublín? Sí. El lo sabía bien. Nunca iba a olvidar la golpiza que recibió esa vez que le robó la billetera a la esposa de ese policía. Se juró que nunca más ningún policía le iba tocar un pelo.

Hasta ahora no le había robado a nadie en Dublín. Seguía firme la promesa de Wilson, aquél otro peruano que lo había traído y le prometía que aquí conseguiría los euros para ayudar a la familia que aún quedaba en San Juan de Lurigancho, su madre y una hermana,  con un trabajo “decente” en alguna obra en construcción. No había recibido aún el llamado que esperaba. Wilson, no tendría aún los papeles que le había prometido.

Nada entonces tenía que hacer en la calle. Volvería al hostel que le había pagado Wilson y que -al menos por una semana- tenía pago.

Cuanto hace que no me echo una siestita” se dijo. Recordaba las siestas en su barrio luego de algún “trabajito matutino” y, al no saber hablar inglés, ¿que otra cosa podría hacer aquí en este lugar tan lejano y sin nadie con quien hablar?

La habitación era enorme, repleta de camas cucheta, pero estaba vacía. La cantidad de turistas a la noche era infernal. La habitación cuando se llenaba de los turistas que venían sólo para dormir, le hacía acordar al Estadio de Lima cuando se jugaba el clásico Universitario vs. Alianza Lima.

Se sintió tentado de abrir alguna mochila suelta. No había nadie en la habitación. Seguro que alguno de los gringos tendría algún Ipod, alguna notebook, algún celular, pero adonde lo escondería? Si llegaba la policía e iniciaba una requisa, ¿qué haría?

-“Qué confiados estos gringos” – pensó.

Comenzó a probar en las cerraduras de las mochilas. Una que se encontraba bajo una cama a dos literas de la de él, no tenía candado. Empezó a abrirla. La cerradura cedió y le permitió ver el interior de la mochila.

Allí estaban una cámara Samsung de 18 megapíxeles y una netbook.

Pensó rápido. Donde podría esconderlas. No quería que las encuentren en su mochila. No quería ir preso. Supuso que aquí las cosas serían distintas que en la Argentina. Supuso que aquí sí registrarían todo el lugar. Agarró la cámara y la netbook, las envolvió en una remera y se dirigió al baño comunitario.

El baño se encontraba en el sótano del edificio. El estado del baño era desastroso. Parecía que allí había habido un bombardeo, el agujero en el piso era enorme, las cerámicas de las paredes se encontraban salidas, los lavabos databan de hace más de 60 años con óxido en los grifos y manchas amarronadas a su alrededor.

Comenzó a buscar algún agujero en algún lugar apartado. Entró en los compartimentos de las duchas, y de repente, vio lo que buscaba: un agujero en la parte más alejada de la pared, casi lindando con el techo. Se trepó al lavabo temeroso que éste cediera pero ello no ocurrió. El agujero, uno de los tantos, que había en el baño era perfecto para ocultar el botín. Nadie se animaría a buscar allí nada, y de paso, Wilson le daría algo por ello.

Satisfecho con la faena volvió a su habitación para dormir. Tendría unas cuatro o cinco horas hasta que los turistas regresaran y el desafortunado ex – propietario de la cámara y la netbook note el faltante. Se arrojó en su litera que quedaba en la parte inferior de la cama cucheta y se durmió al instante, profundamente.

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El subte estaba repleto de gente. Sus paisanos ya se habían ubicado en sus puestos. La víctima ya había sido “marcada”. El anciano tenía una abultada billetera en su piloto y estaba más atento al vaivén del subte que a sus pertenencias. Carlos Alberto comenzaba a acercarse hacia la víctima para sustraer la billetera. De tan abultada que estaba, parecía un órgano latente. La adrenalina comenzaba a circular por todo su cuerpo. Nadie quería mirar, pero todos los que estaban alrededor de la víctima sabían lo que iba a pasar.

De repente, un hombre con aspecto de gringo, piloto gris y un uniforme que Carlos Alberto sólo había visto en películas se interpuso entre su brazo y el bolsillo del anciano.

Antes que Carlos Alberto pudiera reaccionar, el hombre del piloto gris extrajo un arma. Si, un arma. Carlos Alberto no podía creer lo que estaba sucediendo. El arma también era una que sólo había visto en películas: una ametralladora, apuntándole directo al corazón.

La adrenalina se transformó en miedo en estado puro. Carlos Alberto quiso gritar con todas sus fuerzas, pero no pudo, ni siquiera un hilo de voz pudo salir de su garganta. El dedo del gringo comenzaba a gatillar la ametralladora. Carlos Alberto, ya sin fuerzas, sólo pudo emitir un sonido que no fue ni un grito ni llanto. Solo fue el sonido del miedo…

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II. DIEGO: Diego no podía creer que estaba en el famoso Temple Bar, el distrito de los pubs en Dublin. Las cervezas Guinness ya habían hecho efecto en su humanidad. Cualquier cosa podría hacerlo reír, o incluso llorar.

La irlandesa, que estaba excedida de peso, dicho sea de paso, no lo había tomado en serio. “Perra” – pensó. Sería otra noche sin mujeres, se dijo. “Ufff! Que estoy haciendo acá entre todos estos gringos con sus putos euros” – comenzó a pensar. Tambaleando llegó hasta la puerta y sintió una mano en el hombro que lo frenaba y no le dejaba seguir caminando. No había pagado la última cerveza, entendió que le decía un malhumorado caballero en un inglés con mal tono. Buscó en sus bolsillos y sacó las cuatro monedas de dos euros que le quedaban. Pagó sin mirar a los ojos del hombre y salió a buscar un poco de aire fresco.

Se había gastado todo en esas benditas cervezas negras. Se maldijo y se dirigió al Hostel de la calle O’Connell.

La cabeza le daba vueltas. No sabía que hacer. No había chicas a la vista, y si las hubiera habido, ¿qué les diría? Un extraño en plena calle a la noche haciendo preguntas tontas como excusa para terminar en la cama con alguien.

Esto no era Ituzaingó, el barrio donde se había criado en las afueras de Buenos Aires. Allí había conocido a su primer novia, su primer amor, un beso dado a las apuradas y al que casi no le sintió el sabor. Todo muy rápido. En una semana ya era “el novio” de Alejandra.

Al principio, era la envidia de sus amigos. Muchos de sus compañeros de fútbol se preguntaban como se había conseguido una novia. No porque Diego fuera feo, sino porque recién algunos empezaban a recorrer el camino de la vida y la inexperiencia dificultaba el acercamiento al sexo opuesto.

Diego, se daba cuenta de esto y sacaba provecho de su “status” de novio oficial con sus amigos. El les daba consejo sobre las chicas, sus gustos y todos lo escuchaban, con cierta envidia, pero admirados de la repentina “sabiduría” de su amigo.

Y de repente, el vuelco. Alejandra quedó embarazada. Dieciséis años tenía cuando esto ocurrió. Alejandra dejó el colegio y le exigió a Diego que comience a buscar trabajo y que cumpla el papel de padre que ella esperaba de él. Al principio, parecía un nuevo “logro” frente a sus amigos. Pero, de repente todo comenzó a cambiar y a ponerse denso. El papá de Alejandra comenzó a hacer insinuaciones como que Diego “no se ponía las pilas”, “no estaba a la altura de las circunstancias”, “no tenía un trabajo”, “era más grande, como no había previsto esto”, “como iban a mantener a la criatura”.

Alejandra también repetía estos argumentos, luego apareció la madre de Alejandra. Todos repetían las mismas frases, y en cada una de ellas estaba involucrado Diego.

El padre de Diego no decía nada. El alcohol atenuaba cualquier circunstancia que pudiera haber afectado emocionalmente a cualquier otra persona. Su esposa había fallecido cinco años atrás y aún no había podido recuperarse –alegaba él-. Lo cierto es que el alcohol ya había ingresado en su vida, diecisiete años antes, la primera vez que había quedado desempleado y justo con el nacimiento de Diego.

Así que al padre de Diego no le sorprendió cuando su hijo le informó que se iba a ir del país. Que estaba cansado, que Argentina no le ofrecía oportunidades y que encima sentía mucha presión de la familia de Alejandra.

Diego entró al hostel, se dirigió a su locker, extrajo su cepillo y la pasta de dientes, y rumbeó para el baño de hombres.

Todavía mareado, y una vez efectuado el correspondiente enjuague bucal, se acomodó en su cama y se durmió.

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Alejandra estaba más linda que nunca. Se había maquillado, su sonrisa resplandeciente de niña/madre iluminaba la habitación. La enorme panza de embarazada ya no estaba. Alejandra le señalaba con su mano que espere, que no se vaya. Adonde se iría? –pensaba Diego- si se sentía tan bien en esa habitación.

Alejandra volvió tenía algo en sus brazos arropado con una sabanita y que llevaba con sumo cuidado. Diego sonrió, extendió sus brazos y de repente un brazo lo frenó. La fuerza que sintió fue descomunal, levantó la vista Alejandra ya no estaba. Un hombre con un piloto gris y vestido con uniforme de la segunda guerra mundial lo miraba con un odio que jamás había sentido. El hombre estaba armado y extrajo un revólver de un bolsillo interno de su piloto. Diego no lo podía creer, no sabía que hacer. Cualquier instante de racionalidad se esfumó. Sólo deseaba desaparecer de allí, ¿pero para donde correr? Comenzó a correr en dirección opuesta al soldado de aspecto europeo que a esta altura ya le estaba apuntando a su humanidad, en la desesperación y pese al miedo sintió una voz en alemán que le gritaba. Diego atinó a darse vuelta y sólo vio el revolver que apuntaba a su cabeza y el dedo en el gatillo. En ese momento dio un grito con toda la fuerza de sus pulmones.

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III. WASHINGTON:  Washington caminaba pero sin rumbo. Extrañaba Montevideo, la ciudad que lo vio crecer. “Está fresco en Dublín” pensaba “y eso que es verano”. Quería estar en Pocitos, al sol y metido en el Río, caminar por la Rambla y mirar la línea de edificios que interrumpía el horizonte.

Pero bueno, estaba en Irlanda y más precisamente en Dublín. Había pasado por otros países, antes de llegar aquí. Había sido “seguridad” de una discoteca en Barcelona, pero se había ido cuando lo invitaron a dejar el trabajo por haberse excedido al golpear a un “junkie” que no paraba de insultarlo haciendo referencia a su calidad de latinoamericano. Todavía podía sentir la sangre que brotaba de la nariz del español luego de la trompada que le había propinado mientras el drogadicto no paraba de decirle que lo iba a devolver a su país sudaca. Luego, un problemita similar en un bar de Salamanca, esta vez con un compañero de trabajo y un nuevo éxodo. Aquí, al fin la paz, la cual tenía su precio.

Nadie hablaba español, pero al menos nadie lo llamaría “sudaca”. La última mujer que había intimado con él había sido una chica ecuatoriana cuando aún estaba en España, y esta fresca noche dublinesa la hacía añorarla y necesitar un poco de calor humano.

Se dirigió al Hostel, sin ganas, pero con la necesidad de no sentir tanto frío en la piel. Al menos la cama cucheta que ocupaba le daría algo de calor y le haría descansar sus cansados pies. Se bañaría al día siguiente, se dijo. Se despojó de sus ropas y se metió en la cama. El sueño no tardó en llegar.

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Leila, así se llamaba la chica ecuatoriana lo llamaba desde el otro lado de la Avenida 18 de Julio. El sol calentaba las veredas y a los transeúntes. Aquí no había esa molesta y constante llovizna que humedecía todo a su paso.

Washington volvió a sonreír después de mucho tiempo. No se preguntaba que pasaba ni como había llegado allí. ¿Para que pensar? Solo vivir el momento, eso era lo que quería hacer en este preciso instante.

Bajo a la calzada para cruzar y en eso se detuvo un micro que le impedía ver al otro lado de la avenida. Del ómnibus bajaba mucha gente, lo que lo hizo impacientar. Cuando parecía que el ómnibus iba a arrancar nuevamente una persona que nunca había visto se dirigía hacia su persona con paso decidido. Algo andaba mal. El paso era firme y en esa cara no había una sonrisa, sino más bien ira, odio. El hombre llevaba un piloto gris, y un brazo cruzado debajo del mismo, cuando estuvo tan cerca de Washington que éste podía hasta sentir su fétido aliento, el hombre del piloto extrajo una ametralladora y sin mediar palabra le apuntó directo al pecho. Washington no tenía escapatoria, sin saber porqué, este era su fin.

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Dublín, año 1946:

Ya habían colgado a William Joyce en la prisión de Wandsworth por traición, y Dublín se preparaba para recibir a Walt Disney quien llegaba desde el otro lado del océano.

El último pasajero que había hecho el check-in en el hostal dublinés regenteado por Jim Kavanagh había hecho todo lo posible para disimular que era alemán. Pero indudablemente no podía lograrlo. Su acento era delator, así como sus rasgos. El baúl con el que había llegado pesaba una tonelada y ese piloto gris que traía así como su rostro iracundo y miserable lo hacían parecer un herido de guerra.

El extranjero le dijo a Jim que necesitaba su sótano, que otro pasajero del vuelo de Aer Lingus en el que había llegado de Paris, le había dicho que tenía una habitación en el sótano y que dado que sufría mucho de frío, necesitaba esa habitación. A Jim le parecía más que extraño, o al menos particular, el pedido.

Jim no quería dar esa habitación a alquilar ya que la utilizaba cuando Rose se escapaba de su casa para verlo y así pasar una horas junto a él. El extranjero del piloto gris insistió y de su piloto extrajo una bolsa con diamantes tan brillantes que casi dejaron ciego a Jim. El dueño del hostal no daba crédito a sus ojos, pero la oferta le parecía aún más extraña que el propio oferente.

El negocio no andaba bien. Con pocos turistas estos días después de la segunda gran guerra. Muy poca gente llegaba a la ciudad. La gente prácticamente se dedicaba a reconstruir sus vidas, sus casas, sus posesiones. Jim enseguida entendió que el valor de los diamantes que le daba el extraño alemán podía hacerle pasar varios años sin trabajar.

A pesar de la desconfianza que le generaba el hombre del piloto gris, accedió. Le dijo que para llegar a la habitación del sótano debía pasar dos puertas cerradas con candado y que no le garantizaba que dicha habitación fuera la más cálida para el frío invierno de Dublín.

El extranjero insistía y no quería escuchar razones. Luego de unos minutos, Jim accedió y le dio las llaves de la habitación al extranjero. El se quedaría con las llaves de los candados de las dos puertas de acceso anteriores y que daban a escaleras oscuras que descendían hasta el sótano.

Al día siguiente y ya olvidada la situación vivida con el extranjero el día anterior, Jim leía tranquilamente el diario The Irish Times hasta que algo llamó poderosamente su atención. -“Nuevamente una sorpresa vinculada con el extranjero”- pensó.

El artículo del Irish Times versaba sobre la historia de un oficial nazi que había escapado y había llegado a Dublín buscando huir de los juicios que se llevaban a cabo en Nuremberg. No se conocían mayores datos de su paradero, pero sí se sabía que había sido un alto oficial que había enviado a miles de personas a las cámaras de gas del régimen.

Jim supo que el extranjero que tenía en su sótano era el nazi.

Al principio no supo que hacer, pero sólo por unos instantes.

Un natural impulso precipitó su decisión, lo transformó en un ser sin raciocinio.

El Hostal no dejaba ganancias y sólo le traía dolores de cabeza.

Corrió a cerrar las cerraduras exteriores de las dos puertas de acceso a la habitación del sótano. “No hay forma que nadie pueda escapar de allí” pensó.

Nadie escucharía si alguien gritaba desde el sótano, ya que las dos puertas de roble de quince centímetros de espesor y el laberíntico pasillo escalinado de 20 metros apagaría cualquier sonido.

Puso el cartel de “Closed” en la puerta de acceso al establecimiento y corrió a avisarle al único pasajero del hotel que ese era el último día del Hostal, por lo que debía dejar el alojamiento, devolviéndole parte de lo que ya había abonado.

Presuroso, se dirigió al negocio inmobiliario que se encontraba a cien metros de allí para avisar que vendía el hostal y que les dejaba las llaves hasta que encontraran comprador. El gerente de la inmobiliaria, le dijo que no era una buena época para vender propiedades ya que no había compradores en todo Dublín desde hacía meses.

A Jim no le importó. Le dijo que le firmaba el permiso de venta y le dejaba las llaves de la propiedad y cuando apareciera un posible comprador le avisara. Tom, el hombre de la inmobiliaria, le dijo que recién en una semana podría ir a ver el estado de la misma y le agradecía la confianza depositada, pero justo en ese momento debía viajar a LImerick a ver a su esposa quien quedó internada en un hospital en el interín que realizaba un viaje para visitar a su madre.

Jim, quien sabía de este hecho, le dijo que no había prisa alguna, él había cerrado muy bien el establecimiento y nadie entraría ni querría entrar.

El cadáver de una persona, presumiblemente alemana y oficial nazi así como numerosos elementos suntuarios, de oro y piedras preciosas fueron encontrados ocho meses después que Jim le dejara las llaves a Tom, y cuando un comprador rompió las cerraduras que llegaban al sótano del establecimiento para instalar nuevas calderas en el sótano de la propiedad del antiguo hostal.

La noticia recorrió Dublín como reguero de pólvora. El oficial nazi había estado prófugo y había muerto de inanición con su uniforme puesto, un piloto gris, un revólver  y una ametralladora descargada bajo el mismo.

Arnaldo MARTINEZ © Copyright. Todos los derechos reservados.

JOSEFA (cuento corto on line)

 Arnaldo MARTINEZ es abogado (UBA, 1997) y Procurador (CSJN año 1995) y MBA (Máster en Administración y Dirección de Empresas, Univ. Isabel I de Castilla, Burgos – España).

JOSEFA

© (Copyright Todos los derechos reservados)

-I- La calle estaba muy fría.

Apoyar la panza sobre el piso helado de la vereda no era lo más grato que podía pasarle a una perrita.

Sobre todo si estaba en celo, sangrando con los malestares que ello implica y con numerosos arañazos, magulladuras, alergias y el hambre que causaba estar en la calle sola sin un dueño.

Sólo quedaba estar en este rinconcito de la avenida Cabildo en esta puerta de esta casa que parecía abandonada por lo sucio de su entrada y esperar que la vida se empiece a apagar de a poquito.

Morir era una buena opción. El dolor de las mordeduras que le había hecho el perro con el que se había cruzado hace un par de horas aún persistía.

Por suerte parecía que la herida en la oreja había parado de sangrar. Ahora se sumaba la sed.

En esta cuadra parecía que no había ningún charco de agua en el cual poder meter el hocico y mojar la lengua.

Josefa no sabía como se había perdido. No sabía, en realidad, como había llegado a este lugar.

Bueno, en realidad, sí lo sabía.

La naturaleza. El celo la había hecho separarse del cartonero que la había adoptado hace un par de semanas atrás.

Alejarse del cartonero para acercarse a ese labrador que estaba alzado y que había sentido su olor a hembrita en celo, había hecho que perdiera de vista al que la había alimentado con restos de pizza y frutas podridas que había conseguido en los tachos de basura del barrio.

El linyera, al menos, no le había pegado y no parecía que le molestara su presencia. A diferencia de sus anteriores dueños.

-II- Con sus anteriores dueños, tenía una casa.

Al poco de nacer fue separada de su madre y fue regalada como mascota para una criatura de cuatro años en una casa cercana adonde estaba su mamá.

Josefa era un perrita negra con aspecto de labrador pero cuerpo de salchicha. Parecía una extraña mezcla de labrador con salchicha con una carita muy linda y un aspecto de cachorrita que mantendría a lo largo de su vida.

El único problemita con Josefa era que no le habían enseñado a obedecer y tampoco a jugar con una nenita de cuatro años, lo que provocaba que el dueño de casa la pateara y la golpeara.

Los primeros meses era un muñequito más que pasaba, de mano en mano, de cuanta visita llegara a la casa.

Cuando las visitas no estaban, estas falsas caricias, se transformaban, en golpizas que le propinaba el dueño de casa cuando bebía y que también golpeaba a su esposa y a veces a la chiquitita para descargar la frustración de una vida que él consideraba chata y aburrida.

Los problemas comenzaron cuando Josefa debía quedarse en casa. La soledad aterraba a Josefa. Así fue como el llanto y los ladridos comenzaron a molestar a los vecinos y más aún al dueño de casa.

-“Qué esperaban?”- se preguntaba Josefa. “Si tengo la garganta sana ¿Qué quieren? ¿Qué me quede calladita?”-.

Los almohadones del modesto sofá del living de la casa habían sucumbido a los dientitos y a sus afiladas uñas.

Parecía un juego o un capricho, pero… “¿qué hacer para calmar los nervios cuando una se queda solita?”.

En esa casa la llamaban “negrita”, pero el papá cuando estaban solos la llamaba “negrita de mierda”.

Y luego, llegó el calor. Llegó el verano.

La familia había conseguido que un compañero de trabajo de papá los invitara a su casa en la costa. “¡No tenían que pagar nada!”. “Qué bueno” pensó el papá, ya que con la plata que ganaba en la fábrica no podía haber costeado las vacaciones familiares.

Hacía años que con su mujer no pisaban la arena de la costa atlántica argentina así que la casa en Las Toninas, que el compañero de trabajo se ofrecía a compartir -en la medida que se ayude con la comida- venía bárbaro.

El problema era Josefa (la “negrita”).

Pero, “¿qué problema podría ser? ¿Cuántos perros había en la calle?” Y sobre todo en el barrio donde vivían. Ninguno de ellos había muerto. Al contrario, seguían ahí dando vueltas. Alguien les daría de comer.

Para evitar cualquier queja de su mujer -un día que ella volvía tarde de la casa que debía de limpiar en la Capital- el padre muy determinado salió a dar una vuelta con Josefa. Para la familia, Josefa “se habría perdido“.

Y mejor aún. Su mujer no tendría que limpiar la caca que Josefa (o la “negrita”) dejaba en el patio de la casa. Le ahorraría un trabajo.

Así que, ni lerdo ni perezoso, el papá agarró a Josefa (“la negrita“), rumbeó para la estación y esperó al tren para la Capital que en 15 minutos llegó y los vio subirse a él y a su mascota.

Josefa estaba muy contenta. Era la primera vez que el dueño de casa la sacaba a la calle. Podía ver a otros perritos, pero por sobre todas las cosas, estaba contenta de poder compartir algo con el lider de su manada, y que la hacían olvidar las patadas que le había propinado con anterioridad.

No entendió porqué subieron a este extraño aparato que hacía un ruido infernal y al cual se subía mucha gente.

Lo que recuerda es que bajaron en una estación y queriendo comer una galletita que estaba en el suelo, ya no sintió el tirón de la correa.

Que lindo era sentirse libre de la correa en el cuello.

Se volvió para mostrarle a su dueño lo contenta que estaba, pero… “¿Dónde estaba su dueño?”.

Tantas piernas que pasaban por al lado de su cuerpito pero ninguna de ellas de su dueño.

Pensó que era un juego. Un jueguito que empezó a tardar demasiado.

El dueño no aparecía.

-III- El lider de la manada había desaparecido para siempre.

Pasaron tres horas. Josefa tenía hambre y entre toda esta gente, no había ninguna cara ni olor conocido.

Salvo ese hombre que tirado en el suelo de la estación la saludaba.

El hombre parecía muy sucio y tenía un olor pestilente, pero al menos le ofreció un pedazo de pizza que acaba de conseguir de la basura. Josefa se acercó temerosa. ¿Será una artimaña para hacerme algo?- se preguntó Josefa.

El hombre seguía sosteniendo la porción de pizza en su mano. Josefa se acercó con mucha cautela. Le dio un mordiscón rápido a la porción. La pizza fría era lo primero que comía en varias horas.

Viendo que el hombre nada le hacía, se acercó con un poco más de confianza. Agarró la porción con su hocico y se dedicó a saborearla por completo. No importaban los honguitos verdes que estaban fijados a la muzzarella. El hambre podía más.

Aquel labrador estaba en celo y la perseguía con insistencia, pero parecía demasiado grande para ella.

Era el tercer día que estaba con el cartonero y, al menos, dos veces al día algo se comía.

La primer noche la diarrea fue tremenda, lo que le produjo más hambre aún, pero al menos, al día siguiente, el ciruja le convidaba alguna empanada que le había quedado de la basura de la noche anterior que apagaba un poco el hambre.

Se acercó, curiosa y a su vez temerosa, al labrador que había intentado acercarse primero a ella (a pesar de los esfuerzos de su dueño para evitar el contacto).

El labrador tenía una piel reluciente que contrastaba con la piel sucia, lastimada y carcomida por las pulgas de Josefa.

El labrador, si bien estaba alzado, sintió casi la misma repulsión que su dueño al tener tan cerca a Josefa y alcanzó a morderle la oreja. Un instinto de excitación y repulsión se mezclaron en el labrador que hicieron que Josefa a pesar de su celo, tuviera que alejarse para no ser más lastimada aún.

-IV- La parejita se acercó a Josefa.

Ella intentó levantarse, pero sus huesos no colaboraban con las órdenes que emitía su cerebro. El muchacho le dejó un poquito de comida cerca del hocico acercándose con una lentitud extrema. Josefa recordó a su amigo el ciruja, pero el hambre pronto le nubló cualquier recuerdo que pudiera venirse a la memoria.

El alimento balanceado humedecido con la salsa del “Pedigree” que le acercaba aquella mano era un manjar y era lo mejor que había comido en su corta existencia.

Pudo ponerse en pie. El joven se alejó y volvió a poner comida a cinco metros de ella invitándola a acercarse. Luego de dos minutos en que Josefa entendió el mensaje que se le quería dar, comenzó a acercarse muy lentamente hacia esa porción de manjar que se le ponía en la vereda de la Avenida Cabildo.

Ingirió nuevamente otra pequeñita porción y vio que el muchacho volvía a poner otra nueva a cinco metros llevándola hacia la esquina de Avenida Cabildo y José Hernández. Las próximas porciones el muchacho las fue colocando, cada vez con más distancia entre sí, a lo largo de la calle José Hernández por cuatro cuadras.

Finalmente, la última porción fue dejada en las escaleras de un edificio mientras la pareja dejaba la puerta del edificio abierta, invitándola a entrar.

Esto era un mundo nuevo. Atrás habían quedado, el anterior dueño golpeador, el ciruja, el labrador…

Ante la duda de Josefa, el muchacho la agarró, cuando menos lo esperaba, y la hizo entrar al ascensor, llevándosela a su departamento.

Una nueva porción apareció en el balcón del departamento y Josefa -esta vez sin dudar tanto- se acercó a probarla.

Al rato aparecieron unos cartones en el balcón que simulaban un techo y una colcha de lana en el suelo y los jóvenes que invitaban a Josefa a recostarse en ella.

La primer noche, el chico que la había traído a su casa, la miraba –acostado en el suelo- desde el otro lado del vidrio y se durmió mirándola ante el llanto de Josefa por la incertidumbre de no saber que iba a pasar.

Josefa tenía la panza llena, no faltaba agua, la diarrea había disminuido y la colcha que se le había puesto en el balcón era lo bastante mullidita y calentita como para hacerle olvidar lo fresca que estaba la noche en esa nueva casa.

El techito, hecho con cajitas de cartón, servía como refugio y por primera vez las estrellas y el cielo negro no pegaban en forma directa sobre su cabeza.

El sol despuntaba. El chico ya no estaba del otro lado del vidrio. Josefa estaba sola de nuevo. –“¿Que quedaba si no empezar a llorar?”-

De repente, otra cara apareció abriendo la puerta del balcón. ¡Era la chica de ayer! La chica le dijo: -“¡Vamos, Josefa!”-.

Que querrá decir Josefa”-, pensó el perrito. Pero pronto entendió que la habían bautizado (ante la insistencia del nombre “Josefa” que la chica repetía una y otra vez)) y el ademán de que se levante con el “vamos”.

¡No!”- Pensó Josefa. “Me vuelven a llevar a la calle. No. ¡No vuelvo!

La chica insistía. “-¡Vamos Josefa, vamos Josefa!

-“¡Si, si! Ya entendí que Josefa ahora es mi nombre” pensaba Josefa. Pero igual. No iría a ningún lado.

La chica la levantó en brazos. Bajaron a la calle. Bajó a Josefa al suelo, pero ésta no se movió. Josefa se empacó. Ningún movimiento. La chica tiraba y tiraba de la cuerda, pero Josefa no se movió ni un milímetro.

La chica levantó a Josefa y se la llevó al veterinario.

Josefa ya estaba desparasitada y libre de pulgas y garrapatas. Recibió el primer baño con espuma de su vida y se aterró cuando la quisieron secar con esa infernal máquina de calor, pero al fin todo ese fenomenal ruido terminó y con un perfumado olor Josefa regresó a su nueva casa.

Al final de la tarde, el chico -que se había quedado dormido con ella del otro lado del vidrio- regresó con una cucha térmica de plástico que colocó en el balcón.

Josefa en ningún momento quiso probar su nueva “cucha”. ¿Para que tanta molestia?- pensó Josefa.

La alfombrita del baño estaba mullidita y el baño era calentito.

-“¿Quién se quería morir ahora?”- pensó Josefa.

© (Copyright Todos los derechos reservados) Arnaldo MARTINEZ

LA SUERTE ESTA ECHADA (Cuento corto on line)

La suerte está echada

 Arnaldo MARTINEZ es abogado (UBA, 1997) y Procurador (CSJN año 1995) y MBA (Máster en Administración y Dirección de Empresas, Univ. Isabel I de Burgos, España). Tiene un MBA Máster en Dirección y Administración de Empresas(Univ. Isabel I de Castilla, Burgos, España 2017-2018). Es Especialista en Asesoramiento Empresario (UMSA 2011-2013). Tiene una Certificación de la Universidad de Harvard (USA) en “Justice” (“Justicia”, año 2018), una Diplomatura en Derecho Privado (UAI 2015), y finalizó sus estudios con la Universidad de Oxford en Comprensión del Desarrollo Económico y en sus pasatiempos escribe cuentos como este.

Arnaldo MARTINEZ (www.arnimartinez.com) Todos los derechos reservados ©

   – I –

Año 2014: Saira no quería mirarse al espejo. De la bella muchacha que había sido no quedaba casi nada.

De repente había envejecido casi 70 años. Quien hubiera dicho que esa chica que hasta ayer podía hacer girar la vista de cualquier hombre, hoy parecía una anciana deformada y repugnante a la vista.

No preguntes”. Esa había sido la respuesta de su familia cuando Saira a los 5 años había preguntado que había pasado con su tía, Anusha, quien hasta el día anterior había sido su compañera de juegos.

Cuando la tía Anusha había aparecido nuevamente en la casa familiar años atrás, las cosas ya no eran como antes. Nadie se atrevía a mirarla a los ojos y sus padres de pronto habían dejado de hablarle. Además del cambio que había sufrido en su rostro que la hacían parecer más a su “abuelita” –tal como Saira llamaba a su bisabuela- Anusha era una carga, era alguien molesto, era lo que Saira era ahora: una muerta en vida.

    – II –

Año 2013: Mohammad se paseaba por el centro de Khoi Ratta, un pueblito de cien mil personas a 165 kms. de Islamabad, capital de Pakistán. Hace unos días había sido el festival de Baisakhi. Cientos de personas había venido de los pueblos cercanos a disfrutar de este evento en el que se realizaban torneos de destreza, los campesinos agricultores exhibían sus productos y sus animales. Ya había rezado temprano por la mañana y pronto llamarían para el nuevo rezo.

De pronto, le llamó atención un ruido que vino desde una carreta que vendía frutas en la calle. La base de la carreta había cedido y había producido un gran ruido desparramando toda la fruta por la calle de tierra, pero no sólo había ocurrido eso.

Justo pasaba por allí una muchacha desafortunada a la cual el peso de la base de la carreta que había cedido, le aplastó el pie.

El grito de dolor quiso ser sofocado por la propia víctima del accidente con tanta mala suerte que al levantar la mano, hizo que la tela del velo (“hiyab”) que cubría su rostro se desplazara dejando a la vista su rostro.

El dolor fue tal que hizo olvidar tamaño pecado a la niña, la cual no pasaría de los 14 años. Mohammad corrió a ayudarla, pero al acercarse casi se le sale el corazón por la boca. La muchacha era la cosa más bella que había visto en sus 27 años de vida. Agradeció a Alá lo que estaba presenciando y tan absorto estaba en su contemplación que todos sus movimientos de levantar la pesada carreta, apoyándola en un lugar firme y ayudar a la joven eran mecánicos.

La chica alcanzó a musitar un “gracias” en urdu mientras lágrimas de dolor resbalaban por sus mejillas. Mohammad se ofreció a acompañarla a su casa ya que la niña no podía apoyar el pie, pero esta propuesta fue rechazada por la niña quien se apresuró a cubrirse el rostro e intentar huir de ese lugar.

Mohammad no podía razonar, solo atinó a seguir a la niña que cojeaba presurosa y lloraba bajo el velo que cubría su rostro.

La niña recorrió tres calles bajo la atenta mirada de Mohammad y golpeó en la puerta de madera de una casa humilde. Nadie respondía a la niña por lo que Mohammad no pudo reprimir un impulso y acercarse.

  • ¿Como te llamas?”- Le preguntó.

La chica dio un grito de terror ante esta súbita aparición y golpeó aún con mayor fuerza la puerta.

  • No tengas miedo”- intentó calmarla Mohammad.

Nadie respondía desde adentro. Mohammad podía percibir el terror que estaba sintiendo la chica pero su instinto animal lo hacía quedarse al lado de ella y animarse a aún más.

  • Eres lo más hermoso que he visto en mi vida”- le dijo.

Otro nuevo grito de terror de la chica, lo silenció esta vez junto con la aparición en la puerta de un hombre de unos 100 kilos aproximadamente quien comenzó a proferir insultos en urdu.

   – III – 

Mohammad no salía de su excitación aún. Habían pasado tres días desde su encuentro con esa deidad femenina que lo había desvelado y desatado una sensualidad y un erotismo en su humanidad que nunca antes había sentido.

Se paseaba en su bicicleta cuando reconoció la ropa y el velo que tanto lo habían desvelado. Apuró el andar de su bicicleta y se puso al lado de la chica que iba junto con otras dos chicas más jóvenes aún que ella.

De nuevo el grito de terror ya conocido. Ella lo había reconocido, pero esta vez no intentó esquivar su mirada. Mohammad podía adivinar que debajo del velo había unos ojos que lo escrutaban.

  • “Te acuerdas de mi?”-

Ella giró su cabeza en lado opuesto a él y siguió caminando.

  • Hoy seguro que estás más bella que el primer día que te vi”- Una sonrisita apenas audible se escapó de los labios de Saira. Mohammad sintió que ganaba confianza. –“¿Quieres ir algún día a Bahees Naraha? Allí hay unos arroyos muy bonitos”-
  • Como quieres que me escape? Estás loco?”- dijo Saira sin girar la cabeza.

Los niños comenzaron a ponerse nerviosos. No se suponía que Saira hablara con un extraño y menos con un hombre.

– Cuando tu padre no esté, tu me avisas y yo te llevaré”-. Dijo Mohammad con nerviosismo y un estado de agitación que no podía controlar.

– Eres muy atrevido”.- Dijo Saira apenas pudiendo disimular una sonrisa.

De repente, lo impensable. Todo pasó en un abrir y cerrar de ojos. El padre de Saira empujó a Mohammad con fuerza haciéndolo caer y en el mismo acto agarró a Saira del brazo con una fuerza descomunal.

Saira, solo pudo atinar a decir: “no” pero enseguida recibió una bofetada cuyo efecto traspasó el velo y le produjo un dolor intenso en la mejilla izquierda y los dientes. Después sólo fue el comienzo del infierno. Fue arrastrada por la polvorienta calle hasta su humilde casa, golpeándose con cada imperfección del suelo y obstáculo que se encontrara en el camino. El dolor era cada vez más intenso. Entre tanto dolor pudo apenas escuchar la voz de Mohammad que decía “No! Ella no hizo nada”.

El padre abrió la puerta de la casa y lanzó a Saira adentro contra una mesa. La madre de Saira comenzó a maldecir en urdu y llamarla: -“Prostituta! Prostituta! Eres la deshonra de esta familia! Desde niña eres una prostituta! Te hemos conseguido un buen marido y tu te paseas por ahí hablando con cualquier idiota!”-

Saira no podía hablar, tenía miedo a lo que podía venir. El nudo en su garganta no le permitía emitir sonido alguno, solo una intensa sofocación ahogaba cualquier pensamiento o palabra. Las lágrimas no cesaban de caer sobre su rostro y de repente un poco de aire acarició su rostro.

Por primera vez veía a su padre a los ojos, sin el velo puesto. El padre tenía un vaso en su mano, la madre contemplaba ahora en silencio la escena.

Saira sabía lo que iba a pasar. Alcanzó a emitir un grito agudo que se escuchó en el vecindario mientras el ácido desfiguraba su rostro. El dolor era más que intenso, sangre, partes de carne. Mientras caían, las partes de su cuerpo salpicaban el cuarto. El ácido también salpicó sus brazos y sus manos que fueron alcanzados mientras Saira intentaba protegerse. Ya nada podía hacer. Saira cayó desmayada.

  – IV –

Año 2015: ASF (Acid Survivors Foundation, Fundación para sobrevivientes al ácido) una ONG que ayudaba a las víctimas mujeres sobrevivientes de ataques de ácido por parte de sus familias eligió a Saira como ejemplo para mostrar a occidente los horrores de estas costumbres en algunos países musulmanes e hindúes. Saira, sin dudas, tuvo mejor suerte que las casi 2000 mujeres que anualmente son víctimas de estos ataques por negarse a casarse con los hombres que eligen sus familias o por querer divorciarse de estos.

Saira fue tapa de la revista TIME ya que se le iba a realizar una cirugía reparadora para que pueda comenzar una nueva vida en Occidente. Un llamado anónimo había alertado a la revista que “volarían en mil pedazos” si publicaban la nota y, en especial, si Saira era tapa de la revista. El FBI vigiló la redacción del edificio los días anteriores y pudo salir a la calle agotando esa edición.

En días posteriores, Saira fue sometida a una cirugía reparadora que pudo recomponer parcialmente su rostro, devolviéndole algo de la belleza que nunca pudo mostrar en su país.

Desde que salió de la cirugía, un muchacho aparecía mágicamente en la puerta del Bellevue Hospital Center en Manhattan -donde Saira se realizaba las curaciones y hacía rehabilitación- y se ofrecía a acompañarla las 10 cuadras que había entre el Hospital y el Depto que ASF le había conseguido temporariamente en East 31st Street y Madison Avenue.

Al principio, Elka, una de las asistentes de ASF no permitía al muchacho acercarse a Saira, pero ante su insistencia y ver que a Saira no le incomodaba su presencia, fue cediendo en su tarea de “protectora”.

El muchacho quien se presentaba asimismo como “Mark” era un pelirrojo de ojos verdes, bastante bien parecido que le prodigaba sonrisas a Saira y decía algunas palabras mal pronunciadas en urdu lo que provocaban alguna sonrisita en el rostro recién operado de Saira.

Esta situación se fue repitiendo día a día y Elka –que era descendiente de iraníes y conocía el urdu- al ver a Saira contenta con la aparición de este muchacho, llegó a decirle: -“A este paso parece que tu admirador quiere pasar al siguiente nivel“-. “¿Y qué significa eso?”- preguntó Saira, quien empezaba a tomar clases de inglés.- “Que te va a invitar a salir, para luego ser tu novio”-.

Saira se sobresaltó, aunque internamente no le disgustaba la idea, un sentimiento de añoranza le hizo recordar a Mohammad, pero enseguida el pensamiento de que aquella vida ya había sido dejada atrás, la hizo olvidar –no sin tristeza- a Mohammad.

En los días siguientes, a Mark le fue permitido el acceso al departamento que ocupaba Saira bajo la supervisión de Elka, quien a su vez llevó a su novio para hacer la velada más agradable y no tan tensa.

Mark cayó muy bien a la pareja de Elka, y Saira no podía ocultar que era feliz con Mark allí.

El gran acontecimiento ocurrió la semana siguiente. Elka acompañó a Saira a la casa de Mark en East Elmhurst cerca del Aeropuerto de La Guardia en New York. La casa de Mark, tenía un gran número de objetos orientales que hacían sentir a Saira mucho más a gusto aún que en su propio departamento. Elka viendo que su protegida estaba cómoda, los dejó solos a los 15 minutos de llegar con el compromiso de que volvería a buscar a Saira en unas 3 horas.

Saira agradecía a Alá esta nueva oportunidad que había tenido, rogaba por sus hermanitos y pedía y deseaba que su tía Anusha hubiera tenido una suerte similar a la de ella.

Los encuentros se siguieron sucediendo hasta que, una noche, Mark invitó a Saira a pasar la noche con él.

Esa noche iba a ser la primer noche que Saira dormiría en la casa de Mark. Con sólo 15 años, pensaba que ya estaba preparada (en su pueblo a esa edad las chicas ya podían haber tenido uno o dos hijos).

  – V –

La policía irrumpió en la casa de 98th Street y 24 Avenue en East Elmhurst. El examen de ADN encontrado en el cuerpo de Amira Al Awadi había coincidido con el ADN de Mark Sellers. El New York Police Department, luego de 4 meses de seguimiento e investigación, al fin había podido dar con “El Sheik”, el asesino serial que mataba a mujeres jóvenes musulmanas.

El cuerpo de Amira Al Awadi había sido el último en aparecer, degollada y previamente violada.

A pesar de las previsiones del agresor para que no se descubriera su identidad genética, pelos color zanahoria habían sido encontrados en el cuerpo de la víctima y coincidían con el ADN de Mark. El FBI había comenzado a seguir a Mark un par de semanas antes; ello, al existir el mismo patrón de actuación con relación a la desaparición de chicas musulmanas en otros estados de la costa este de los Estados Unidos.

Mark había sido el segundo hijo de la familia Sellers. Era un jovencito retraído y ensimismado que sólo tenía pasatiempos como coleccionar muñecos y admiraba con devoción a su hermano mayor. Su hermano mayor, Eric, quien había sido Marine había fallecido en la Guerra del Golfo y -por lo que luego se supo- había sido asesinado por una mujer bomba en un ataque suicida en las afueras de Bagdad.

La familia Sellers había consultado con psicólogos por el retraimiento de Mark luego del fallecimiento de su hermano, así como por el comienzo de una obsesión del mismo con relación al Islam.

Encontraron a Mark en casa con las valijas hechas y a punto de abandonar el lugar que había alquilado semanas antes.

Mark no opuso resistencia. Su rostro reflejaba resignación y transmitía la sensación de que la suerte estaba echada.

Al llegar al jardín posterior de la casa, encontraron tierra recién removida y partes del cadáver de una jovencita recién enterrado.

Evidentemente, “El Sheik” se deshizo de otra de sus chicas nuevamente…..