MARTINI CON VODKA ©
Arnaldo MARTINEZ es abogado (UBA, 1997) y Procurador (CSJN año 1995) y MBA (Máster en Administración y Dirección de Empresas, Univ. Isabel I de Burgos, España).
I
El Martini con vodka tenía un gusto distinto o era que el lugar lo hacía distinto….?
Si, era eso. El glamour del lugar. El bar del Marriot Plaza Hotel tenía la capacidad de generarle esta clase de sensaciones.
Había pedido este trago porque recordaba que lo pedía James Bond en sus películas. En este momento se sentía como el agente de la corona inglesa (o al menos le habían pasado algunas cosas similares).
Su novia, Sofía, 20 años menor -y muy bonita ella- ya no estaba. Estaba muerta- Eso nunca se los perdonaría. A él podrían haberle hecho cualquier cosa, pero… porqué se metieron con ella? Porque quitarle la vida a un ser tan joven y lleno de vida? Irracionalidad total. Aunque…él había generado eso. Ella había muerto por culpa de él.
Siguió tomando para evitar pensar, ahora, en esta nueva carga que aparecía en su vida.
Hubo algo en el hombre que pasaba delante suyo a unos metros de la barra que no le gustó. ¿Porqué esa mirada, que al encontrar contacto visual, se desviaba y simulaba aparentar indiferencia?
Demasiadas preguntas. Comenzaba a estar harto de la situación. Tanta paranoia. Estaba seguro en el bar- se dijo. No se animarían a hacerle nada allí.
Todo fue de repente. Una fracción de segundo. Eso fue lo que tardó la mano del extraño de la mirada esquiva en hurgar bajo el diario y sacar una pistola calibre 45 y apuntar.
Aún dominaba sus reflejos y fue lo suficientemente rápido como para arrojarse del otro lado de la barra, sin soltar el vaso y tratando de no derramar el Martini con vodka. La bala impactó en una botella de Jack Daniels destrozándola así como al espejo que se encontraba detrás. El griterío fue instantáneo así como las comunicaciones entre el personal de seguridad a través de los intercom y la alarma que comenzó a sonar. El tirador intentó apuntar nuevamente al blanco móvil, pero éste ya no estaba a la vista, mientras todo tipo de ruidos atronaban el salón. No teniendo blanco a la vista, comenzó a correr, la paga no incluía fianzas para el caso de terminar en la cárcel.
II
Eran las 18 hs. en Porto, Portugal. El bar situado en la punta norte de la Playa de Matosinhos regalaba una hermosa imagen del Crepúsculo en el Atlántico. En su cabeza comenzaban a desfilar imágenes del pasado. Su padre abogado como él, enseñándole algunos de los trucos de la profesión. Sus primeros trabajos: tomar los trabajos del estudio que nadie quería y derrochar energía en ellos para recibir una magra paga. Los distintos matrimonios, los alimentos que debía pasar por sus tres hijos, dos del primer matrimonio y uno del segundo. Esta vez, sí. Debía conseguir un poco de paz en esta ciudad. Nadie lo conocía ni hablaba el idioma. Venía de haber recorrido las bodegas de Porto que se encontraban del otro lado del Duero. El Tawny, cosecha 2009 había comenzado a hacerle olvidar un poco del infierno que venía viviendo todos estos días. El Vintage, cosecha 2001 había terminado por distraerlo del todo.
Aquí, mirando el mar se entrecruzaban las imágenes del paisaje con un pasado remoto y comenzaban a aparecer imágenes de un pasado más mediato –y no tan remoto- como cuando decidió tomar prestado, sin autorización, el dinero de la firma. La firma de abogados era una de las más grandes y prestigiosas de la Ciudad de Buenos Aires. Trabajaban con toda clase de casos pero, por sobre todas las cosas, con casos de gente con mucho dinero: políticos, deportistas, modelos, constructores…Recordaba, en sus comienzos, cuando tenía que ir a la villa de Barracas a conseguir gente para instalarla en el frente de las casas de la Capital cuyos dueños no se las querían vender a los constructores para demolerlas y hacer edificios que multiplicaban en forma exponencial las ganancias de estos últimos. Si, a pesar de ello, los dueños no querían vender la casa, había que contratar alguno que se animara al robo a mano armada –y si de paso robaba algo, el producido quedaba para el devenido malviviente-. “Técnicas de persuasión”, las llamaban. Terminaban ganando por cansancio. El dueño vendía la casa, incluso, a un precio mucho menor al de mercado.
Recordaba también cuando a las mismas personas de la villa había que quebrarles alguna extremidad en la simulación de algún accidente automovilístico. El Estudio percibía entre un millón y un millón quinientos mil pesos de las aseguradoras mientras que la víctima percibía cinco mil pesos, e incluso esta suma era agradecida en forma casi infinita por el ahora “lesionado”.
Manejaban también los casos de algunos municipios, lo que incluía todo tipo de casos, tanto de dirigentes, punteros, militantes, afiliados e indigentes devenidos militantes o fuerza de choque. El estudio tenía acceso a las cuentas de los municipios y a las cuentas que manejaba la militancia.
Esto era lo que había molestado. Había tomado prestado -sin permiso- la plata de dirigentes, punteros, constructores, de todos, en fin….
Su vida corría peligro. Las amenazas habían sido ciertas. Su novia, Sofía, veinte años menor que él, había sido asesinada por su culpa. Había mucha gente interesada en su muerte o al menos en la devolución del dinero. La muerte de su novia había sido un mensaje, esperaban que él devolviera el dinero en forma voluntaria. No lo hizo. Ahora lo querían vivo o muerto.
Años en la firma le había enseñado a triangular el dinero. Primero Uruguay, luego Panamá-Caymán. La ruta del dinero. Esta ruta no se debía cruzar con él al menos en un tiempo para así poder disfrutarlo algún día.
Una muerte, una tentativa de asesinato (lo malo es que la víctima casi había sido él), escapar todo el tiempo, dormir despierto, ¿valía la pena todo esto? Por qué lo había hecho? Se había encandilado con lo que siempre quiso, pero que ahora no podía disfrutar.
Le había prometido a Sofía, su novia, unas vacaciones infinitas. Vivir fuera del sistema, un eterno verano. Vivir en el hemisferio norte de abril a septiembre. Vivir en el hemisferio sur de Octubre a Marzo. Playas, montañas, lo que quisiera. El sabía que ella pensaba que estaba loco. Que eran alardes de divorciado necesitado de amor, sobre todo del amor de una mujer mucho más joven.
A diferencia de su padre, él no se quejaba en vano. Vivía para quejarse pero también hacía. Y vaya si hacía. La queja constante estaba siempre a flor de piel. No había nada bueno, todo estaba mal. Si no había justicia en esta Tierra, entonces, él la haría.
Sino para qué vivir? Vio a tantas personas de la villa que no llegaban a ningún lado y siempre permanecerían así. El tenía lo suficiente, más que suficiente. Dos departamentos, uno en Barrio Norte otro en Palermo chico. La casa en el country de Pilar. El Audi S5 Cabriolet. La participación en dos discotecas y un bar de la Costanera Norte, dos familias que (¿a pesar de él?) eran “normales” y casi como cualquier familia.
La rutina lo llevaba a hacer eso. La búsqueda de nuevos desafíos. Toda esa comodidad alcanzada lo aburría. Ya nada costaba esfuerzo alcanzar. Lo que hubiera querido cualquier otro tipo, él ya lo tenía. Y le aburría….
Inconformismo, aburrimiento, y ahora soledad. Y la queja, siempre la queja. No había nada bueno. Cualquiera que lo hubiera escuchado hablar podría pensar que estaba frente a un excluido social con todo tipo de carencias. Resentimiento. Odio a la felicidad.
Nada de esto se notaba, al principio, al conocerlo recién….
Porqué había hecho esto? Ahí estaba la explicación. La necesidad de derribar a quien estuviera encima. Denostar a quien tuviera o pudiera tener poder sobre él, era un deporte que había aprendido desde chico. Sólo importaba ganar. Su carácter le había costado dos matrimonios.
Sofía, lo veía como un modelo a seguir. La había conocido dando clases en la Facultad. Ella había quedado prendada enseguida de su ironía, de su cinismo, de su cuestionamiento al sistema.
El se sentía Sartre, ella lo admiraba como si él lo fuera.
Ahora, Sofía ya no estaba. El personaje, el rock, el dinero, el discurso inconformista comenzaba a pasar al plano del cuestionamiento. Y esto, no le gustaba. Necesitaba un trago. Se acercó a la barra. Necesitaba un champagne. Buscaría un Pommery, tenía la garganta seca.
De repente, una persona le toma el brazo, produciéndole un shock de adrenalina. Instintivamente, y sin mirar, con la mano libre tomó el brazo del presunto agresor y buscó en un milisegundo el arma para desviar a trayectoria de la nueva bala que estaría buscando su cuerpo.
Lo que vio lo sorprendió aún más. No había arma.
Sólo había una persona vestido como sacerdote que sólo atinaba a defenderse y algo le decía en portugués. El no hablaba portugués.
“En español?” – preguntó el cura.
“Si” -. Dijo él.
“Quería decirle que se olvidaba esto” – le dijo mientras extendía su mano entregándole un celular que se había olvidado. El cura le sonrió al ver que había pasado el momento de tensión. Su acento podía ser español, o argentino incluso, quien sabe.
“No debemos descuidar las cosas pequeñas”. Le dijo el cura.
“No. Gracias” – dijo él.
“Se siente bien? Puedo ayudarlo?” – Preguntó el sacerdote.
“No. No” – dijo él.
“Jesús decía que no podía prometernos la felicidad en esta Tierra”. – le dijo el sacerdote. “Lo noto preocupado”.
El se rindió. No estaba para discutir con nadie. El sacerdote parecía inofensivo. Tendría cerca de ochenta años. “Tantas arrugas como años” – pensó. “¿Por qué huir esta vez?“ Estaba ya cansado de escapar. Además, cuanto hacía que no hablaba con nadie…
“Confíenme sus problemas, dejenmelo todo a mi. Pidan y se les dará. Yo me ocuparé de sus problemas, solo pidan con fé, decía Jesús”- Continuó el cura.
“No, no creo, no soy cristiano. Le agradezco” – lo interrumpió. “Gracias por el celular”.
“Estoy seguro que Usted hubiera hecho lo mismo por mi” – le dijo el sacerdote.
“Eh…” – empezó a decir él.
“No se preocupe, no lo voy a intentar convertir…”
“Si. Si” – sólo atinó a decir él.
Comenzó a relajarse. Una conversación rara, pensó. Un personaje singular. La mirada escrutadora le hizo recordar a su padre. Otra vez recuerdos. No recordaba una charla así con su padre. Deseaba haberla recordado. No podía hacerlo. Una charla sencilla. Al menos una, sin discusiones, sin burlas, odios, rencores.
Tan absorto estaba en sus pensamientos que no vio al hombre con traje que se acercaba a su mesa. Sólo vio el revólver apuntándole. Ya no había tiempo de hacer nada. La bala le dio en el rostro. Cayó al suelo.
III
Intentó moverse. Dolores insoportables. Intentó abrir los ojos, no pudo. Sólo tuvo como respuesta, una voz que le resultó conocida.
“Trate de no moverse. No podrá ver. El disparo le hizo perder la visión en forma definitiva y su boca ha quedado deformada. Para hablar necesitará este aparato.” – dijo la voz conocida.
“Lo trajimos al Hospital de la Congregación. Aquí será bien tratado por las hermanas que lo ayudarán en su recuperación. La policía está buscando al que le hizo esto. Ya se hizo presente personal del Consulado de su país”. – Continuó el sacerdote.
El se llevó el aparato a lo que quedaba de su boca. Una voz robótica salió del transmisor. “Padre, necesito decirle algo…” – dijo.
IV
El sacerdote de la Parroquia de Caacupé en la Villa 21 de Barracas en Buenos Aires, cumplió todo lo que le solicitaron telefónicamente. Previo a ello verificó que la orden de Portugal existiera y que la identidad del sacerdote que le había hablado, era real.
Esas cosas tenía este trabajo. Podía darte sorpresas en cualquier momento.
Los habitantes de la Villa 21 de Barracas se levantaban para un nuevo día.
El padre, a sus 31 años, se había despertado al alba, abriendo la capilla, confesando a los madrugadores y dando misa luego a las 8 hs.
Eran las 10, debía ir al banco a verificar lo que le había dicho el sacerdote de Portugal. El portugués, que hablaba muy bien español, tan bien que hasta parecía argentino, había hablado de mucho dinero.
Había anotado el nombre de dos familias que le había dicho el portugués y para quien tenía que apartar determinados porcentajes de lo que sería depositado en la cuenta de la capilla.
Marcó su clave frente al cajero y consultó el saldo.
Lo que vio, lo dejó helado. Un sudor frío corrió sobre su espalda
En la cuenta de la Capilla, había casi mil millones de pesos….
FIN.
Arnaldo MARTINEZ. © TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS